Estábamos haciendo Historia… pero no lo sabíamos. Pero aquello tampoco era como improvisar con una jugada de espera «cuandonosepasquéhacermeueveelrey”, no, sea como fuere, aquel movimiento, grupal, acabaria siendo de una admiración y ya antes de dar el paso sabíamos que no nos estábamos dejando nada.
Creo que fue hacia septiembre del año 1991, en los bajos del antiguo «Carlos Tartiere”. Ahí estábamos unos cuantos mozalbetes llenos de ilusión pero escasos de primaveras, para crear un club. A la hora de cerrar el papeleo nos faltaban mayores de edad – es posible que sólo Artime lo fuese – para constituirnos como asociación deportiva. Hubimos de recurrir al propio personal que trabajaba en las instalaciones para componer la Junta Directiva de un equipo que daría mucho que hablar, y aún lo hace… ¡ pero nos faltaba el nombre! Barajamos varios nombres. Al final un chaval, David Ripoll, que estuvo federado un par de temporadas, propuso «La Dama Negra” y, no sé por qué, nos gustó.

Decir «La Dama Negra” es referirse a unos tiempos, los años 90, en los que el ajedrez asturiano creció una barbaridad. De la mano de los trofeos «Román Torán”, que un poco de barba…rie tenían, porque eran sub 18, nueve días, alojados en régimen de «campamento”… más y más jóvenes progresaban adecuadamente. La brillante generación del 73   (con Javier Agüera y Mario Olea, entre otros), era sucedida por la no menos notable y prolífica del 75/76 (Carlos González Fuente, Iván Díaz, Arturo G. Pruneda…). Después llegó la magnífica cosecha del 79/80 (Patricia Llaneza, Hugo Villafañe, Daniel S. Repullo, por sólo citar algunos, y ya Alberto Andrés, del 81). También, antes del 2000 explotaban Iván Andrés, Alberto Suarez Real (1983) y «Tomatillo” (1984). Podría mencionar a muchos más pero lo que es seguro es que el ajedrez asturiano se rejuveneció sensiblemente durante esa década, la década en la que todo empezó para nosotros.
Recuerdo que en «La Dama Negra” comenzamos desde abajo, lo que entonces era la Segunda Categoría, que se disputaba mediante sistema suizo, con dos equipos de seis tableros. Había desplazamientos largos – ir a Llanes y no digamos a Cangas del Narcea era una fantástica aventura, especialmente en invierno – y como los relojes digitales no existían pues a menudo había aplazamientos. Tener que jugar una reanudación de domingo por la mañana, en determinadas localidades, sólo era cómodo si realmente amabas el ajedrez pero de eso íbamos sobrados. Sobre cómo organizar los equipos (¿internet?, jajaja, ni móviles teníamos, así que más valía pillar a la gente en casa para hacer las alineaciones o dejar recados a alguien) y preparar – recuerdo el chessbase 1.0 en pantalla verde fosforito y con disco…– mejor no escribir. Eso sí, era la mar de divertido, siempre he sido un gran fan de las competiciones por equipos.

Nuestro club iba subiendo peldaños, merced al talento de (algunos de) nuestros jugadores. A la par íbamos cumpliendo años (eso todos) y podíamos figurar ya legalmente en el organigrama.
Fueron tiempos de moverse a todos los niveles, subvenciones, torneos, y nuestra primeras clases, ya como monitores, una vez no teníamos edad para jugar el Torán (snif). La nota común era la inquietud, el ir a las competiciones no sólo a mover plástico con mayor o menor destreza, sino a preocuparse de cómo hacer cosas: desde colocar salas a emparejar a mano (el sistema suizo empezó a informatizarse paulatinamente pero a principio de los 90 aquello era totalmente manual). Recuerdo lo de quedarse al final de una ronda para ver como Eusebio Olea – árbitro de referencia y gran trayectoria, padre de Mario Olea – esparcía las fichas de papel – una por jugador – sobre una gran mesa y empezaba a emparejar. De esa forma empezamos a conocer los entresijos del sistema suizo y hasta recuerdo haber hecho yo mismo algo similar cuando hacía el torneo en alguno de mis colegios.

Y tan arriba ascendió esa «Dama Negra” que promocionó y resultó que la Universidad de Oviedo decidió que sería una buena idea acogerlo como Sección Deportiva. Así llegamos a «La Dama Negra Universidad de Oviedo”, efectivamenteme, los «nosécuántasvecescampeonesdeAsturias”. Ya en mis tiempos ahí estaban los hermanos Andrés, Repullo, Jesús Ángel Lobo…. También se llegaron a enrolar en nuestras filas los MI Mihail Nedobora, de Ucrania o el británico Colin Crouch, y nunca olvidaré el haber jugado contra un tal David Bronstein, que vino a darnos una conferencia, ¡en familia, solamente para nosotros!, y asegurar que «eso es no es ajedrez” e igual llevaban razón sus palabras porque fue «campeón de medio mundo”, que no debe de ser poco, ¿no?
Los que, como era mi caso, no teníamos opciones de llegar al primer equipo, no nos desanimábamos sino que disfrutábamos de las competiciones y también de la formación de chavales. Fue Javier Madera, director de las Escuelas Deportivas de Ajedrez de Oviedo, quien decidió dar un paso más – y qué paso – dándoles una salida ajedrecística a las nuevas hornadas.

La actividad en los colegios iba en aumento, clases en todos los centros y el torneo del Ayuntamiento que era más que un clásico. También resultaba especial la Fase Final del Campeonato de Oviedo por colegios. Sí, habéis leído bien «fase final” porque hasta eliminatorias previas había. Todos los monitores conseguían formar un equipo por cada centro y los mejores accedían a la Final, que en varias ocasiones se celebró en «La Nueva España” y resultaba una delicia. Igualmente se comenzaron a realizar las clases de ajedrez como «asignatura” en las aulas de tercero de primaria: cada año más peques se unían a la fiesta: la verdad es que desde las altas esferas ovetenses nos tenían como «escuela deportiva modélica”. Como podéis ver, aún no existiendo club los chavales disponían de muchas clases y competiciones entre ellos. Para algunos talentos aquello se quedaba pequeño y los clubes más tradicionales eran reticentes, mal endémico de todo el ajedrez asturiano por entonces, a darles oportunidades a jugadores que apenas llegaban al tablero. Los entrenadores pertenecíamos a diferentes escuadras, estábamos, por así decirlo, «asentados”, pero faltaba algo para los frutos de nuestro trabajo, no podíamos dejarlos ahí.

¿Y qué pasó?, pues que nació el CTD Ciudad Naranco, la plataforma perfecta para la cantera. Desde los «veteranos” Rodrigo Prieto (1981), Nacho Cascudo (1983) y Alberto Sánchez (1984) hasta los exitosos Marcos Llaneza (1987), Javier Recuero (1987), Sergio Guerrero (1988), Javier y Lucía Fidalgo (1988 y 1989 respectivamente) o David Recuero (1991). Pero no sería justo centrarse sólo en los medallistas o mundialistas, sino recordar a los que, de hecho fueron miembros fundadores del Naranco:

– Javier Madera

– ¿José Ramón Artime?

– Jony Argüelles

– Rodri Prieto

….

Esta jugada sí que fue inmortal, y no de una sino de dos admiraciones

CONTINUARÁ…

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