Oviedo, primavera de 1990
CLASE DE AJEDREZ

[En el tablero mural una posición en la que el rey negro está siendo masacrado en el centro, a punto de recibir diez mates distintos]

Pablo Morán:         –                 ¿Y ahora cuál es vuestra valoración?

Yo:                              –                 Bueno… cara al final el rey negro está mejor, más activo…

Pablo Morán:         –                 ¡Fuera de clase!

…y de esta manera tuve el fantástico privilegio de ser expulsado por el mismísimo Pablo Morán de las únicas clases de „tecnificación” que había entonces en Oviedo. Una vez a la semana, íbamos al Palacio de los Deportes varios – no más de cinco o seis – sub 14 de la época. Era todo lo que existía en cuanto a entrenamientos se refiere. La FADA (actual FAPA) solamente realizaba concentraciones una vez al año y exclusivamente para sus selecciones cadete (masculina y femenina). Además de al maestro Morán, también tuvimos por aquel entonces a Jose Luis González Valdés, cuyas clases eran muy divertidas y a menudo basadas en partidas muy agresivas y espectaculares, o en sus desventuras con la apertura portuguesa (1. e4 e5 2. Ab5) en algún open de Benasque, del que era asiduo.

La vida „ajedrecera” para los jóvenes estaba prácticamente reducida a esa cita semanal con un monitor, la primera fase del trofeo «Román Torán” (entonces sub 18) en tu correspondiente colegio, el posterior clasificatorio para la Fase Final y el torneo de Segunda (lo que ahora es Cuarta). Como podéis ver, poco, muy poco, si lo comparamos con el ajedrez base asturiano desde hace veinte años, con multitud de actividades y campeonatos. Algunos años, (1990, 91 y no recuerdo si tuvo algo de continuidad) hubo un torneo infantil por San Mateo, que se jugaba al aire libre en el Parque de San Francisco, pero nada más. Es por ello que cada competición se vivía al 200%. Tras cada partida – a menudo derrotas, para qué ocultarlo – era divertido volver a casa, mirarla con mis hermanos y a veces mi padre y después añadirla a un archivador donde cada uno guardaba sus partidas – cada planilla era una perla y los boletines un tesoro –.
Faltaba la verdadera vida de club y el instituto Alfonso II podía considerarse el lugar de reunión para los jóvenes ajedrecistas. Este centro fue la sede del Campeonato de Asturias Juvenil 1990/91, en Navidades. Allí, los sábados por la mañana, bajo la tutela del Sr. Bertault – padre del jugador Santiago Bertault (Al Paso) – jugábamos rapidonas, fotocopiábamos algo de Pachman, la enciclopedia de aperturas o lo que pillásemos de la biblioteca para mirar teoría porque el Chessbase aún no formaba parte de nuestras vidas. Lo de mirar ajedrez era un „búscate la vida” donde el trabajo personal suponía el 95% del entrenamiento. Al no haber internet, las revistas (OchoxOcho y Jaque, principalmente) nos conectaban con el mundo de la élite. Otro sitio para jugar era el Centro Asturiano de Oviedo en la calle Uría, dirigido por Eusebio Olea, pero, al ser privado, no podíamos „ocuparlo” muy a menudo.

TIEMPO DE CAMBIOS
Si un torneo cambió – ¿para siempre? – nuestras vidas fue el „Román Torán”. La ansiada final, en la que se daban cita unos 120 jóvenes de todos los rincones de Asturias – había clasificatorios por toda la región, y no faltaban el mejor de Boal, Ribadesella o Lena, por ejemplo – constituía, sin ninguna duda, EL GRAN OBJETIVO DE LA TEMPORADA. Sí, sí, todos los campeonatos eran importantes, porque apenas había, pero tener esas vacaciones de nueve – he dicho NUEVE – días en Llanes (1990), Luarca (1991), Grado, Tineo… era algo vital: existencial y ajedrecísticamente hablando. Por tanto, la Fase Final de Oviedo podía considerarse como nuestro particular «Interzonal”, con ciento y muchos sub 18 tratando de meterse entre los 10-15 primeros. Yo debuté en el 1991 pero ya en el 90 mi hermano Alberto (Joao) y mi hermana Patricia fueron a Llanes. Un ídolo de la época era Mario Olea, empezaba a moverlas un tal Alberto Andrés que apenas llegaba a la mesa, y de mi quinta por ahí andaba, entre otros, Arturo G. Pruneda cuya labor en los años venideros, a nivel organizativo, sería irremplazable, como todos sabéis.
Algo que caracterizó a varios de mi generación es que, quizás espoleados por la falta de medios – insisto, en comparación con lo que hay ahora – no nos centramos exclusivamente en „jugar al ajedrez” sino en empezar a organizarnos y formar un club. Sin duda, esas tareas cortaron la proyección de juego de algunos, entre los que me incluyo. Evidentemente la última frase no iba en serio pero EN SERIO tuvimos que ponernos para constituir ese club que no existía y era necesario: LA DAMA NEGRA. En los bajos del antiguo estadio «Carlos Tartiere” fundamos este equipo (actual „Universidad de Oviedo”) y no fue fácil… ¡ porque nos faltaban mayores de edad para completar el organigrama ! Jose Ramón Artime, a quien bien conocéis, fue el primer presidente, y recuerdo que tuvimos que «fichar” al bedel de las salas para poder tener una Junta Directiva, nuestra media de edad era insultantemente «cadete”.

Continuará…

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